lunes, 8 de marzo de 2010

La Sustancia según Rene Descartes

En el pensamiento cartesiano, la idea de sustancia tiene una importancia extraordinaria. La sustancia es el elemento ontológico común a todo lo que existe. Descartes distingue tres sustancias: el alma (sustancia pensante o res cogitans), la materia (sustancia extensa o res extensa) y Dios (sustancia infinita o res infinita). La idea de sustancia debería ser una idea evidente. Ahora bien, puesto que la idea de sustancia también se aplica a la materia y la existencia de la materia no resulta inmediatamente evidente a la intuición (de hecho, Descartes deberá someterla a un proceso de deducción), debemos concluir que al menos una manifestación de la idea de sustancia no es evidente en sí misma ni, por tanto, innata. ¿Qué ocurre aquí?
En realidad, a lo único que cabría llamar realmente sustancia es a Dios, es decir, a la res infinita, puesto que ésta es causa de sí misma (causa sui). La idea de sustancia infinita sí es una idea innata, según Descartes. En sus propias palabras, la idea de Dios es “la huella que el creador ha impreso en la conciencia de la criatura, (…)esta idea ha nacido y ha sido producida conmigo“.
Descartes define a Dios de la siguiente manera: “Bajo el nombre de Dios entiendo una substancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente, por la cual yo mismo y todas las cosas que existen (si existen algunas) han sido creadas y producidas“.
Debemos, pues, concluir que las sustancias finitas (la pensante y la extensa) son lo que son por la acción divina. Es precisamente este hecho el que se implica en la afirmación anterior. Llamamos sustancia al alma y a la materia en tanto que su existencia no tiene necesidad de otra intervención más que de la divina.
Sin embargo, en el proceso lógico de demostración de las sustancias, Dios ocupa el segundo lugar. El primero lo ocupa el cogito. Esto es debido a que, a menos que afirmemos primero la existencia de un sujeto que piensa, no es posible ni siquiera pensar la idea de Dios. De la afirmación de que necesariamente debe existir un sujeto (o cosa) que piensa, Descartes deduce, en consecuencia con su teoría de las ideas, la necesidad de la existencia de Dios. El argumento, expuesto en las Meditaciones Metafísicas, es el siguiente: “Dios existe; pues si bien hay en mí la idea de la substancia, siendo yo una, no podría haber en mí la idea de una substancia infinita, siendo yo un ser finito, de no haber sido puesta en mí por una substancia que ya sea verdaderamente infinita“.
Justificada mediante este argumento la existencia de Dios (al que Descartes unirá el argumento ontológico de San Anselmo, según el cual la existencia es un atributo necesario de la perfección), es fácil deducir la existencia de la tercera sustancia, la extensa. Dado que Dios ha quedado demostrado y definido como un ser en la idea del cual se contiene la perfección, no puede ser posible que este ser omnipotente (todopoderoso) y omniscente (infinitamente sabio) permita que el sujeto se equivoque al afirmar que existe un mundo exterior responsable de las ideas adventicias que este sujeto posee. En palabras de Descartes, en el Discurso del Método: “todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad; pues no sería posible que Dios, que es todo perfecto y verdadero, las hubiese puesto en nosotros sin eso“.

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